En
una ocasión hace unos pocos años, el periodista Banil Denek, que
trabajaba en el ámbito de la divulgación científica de la Agencia
de Noticias de Momeria, tuvo la oportunidad de entrevistar al
astrónomo Aram Doro al respecto de las últimas investigaciones en
materia de investigación lunar.
Tras
los primeros cambios de impresiones y una vez respondidas a las
preguntas más concernientes a lo académico, lo científico y lo
práctico, Banil y Doro pasaron a una siguiente fase más proclive a
aspectos mundanos, distendidos e informales. Hablando del único
satélite natural de Momeria en el ámbito de lo cultural, en cierto
momento trataron sobre ciertas creencias ancladas en el subconsciente
colectivo de Momeria. En un momento dado, el entrevistador formuló
la siguiente pregunta:
—
¿A
qué se deben todas esas historias? —preguntó Banil—. En la
actualidad aún nos divierte contar que, en las noches de luna llena,
algunos de los más antiguos pobladores de Momeria corrieran a
apelotonar sus más preciadas posesiones en un fardo, sobre todo en
noches de mucho viento, temerosos de que la luna les cayera encima
desde lo alto del cielo y hubieran de abandonar su aldea.
—
Bueno,
cada cultura expresa sus ideas a su manera, con unas u otras
creencias —explicó el doctor Doro—. Y con ello su visión del
mundo, y también sus fantasmas colectivos. El imaginario en lo
concerniente a la luna lo han ido forjando los diversos pueblos y
países de Momeria a lo largo de siglos, fascinados durante
generaciones con esa bola de piedra que, inexplicablemente, volaba
por encima de sus cabezas sin caer sobre los campos o ciudades, ni
aún en las noches en las que soplaba un viento huracanado. Pero
también hay otra creencia, menos conocida, acerca de gigantes
invisibles moldeando una luna que pegaban al cielo y que ciertas
tribus primitivas creían de arcilla. Así explicaban las fases del
ciclo lunar. Porque claro, debió de fascinarles el hecho de que una
cosa tan grande y lejana menguara y creciera... y dieron las
respuestas que tenían a su alcance. Pero en fin, antes de llegar al
culmen de las hipótesis demostradas empíricamente por la ciencia,
el mito es el primer paso hacia el conocimiento, antes de pasar por
la filosofía.
—
Doctor
Doro, nos quedan pocas preguntas ya para finalizar. Así que... ya en
un tono algo más desenfadado... usted y su equipo han sido de los
primeros privilegiados en ver la superficie lunar tal y como es.
¿Debo entender, entonces, que encontraron habitantes en la luna?
—
Sí...
estaban saludando desde los jardines de sus casas, mientras les
decían a sus niños «saludad, chicos, nos vienen a ver desde
Momeria» (risas).
No, en la actualidad quien más quien menos todo el mundo tiene claro
que las antiguas historias sobre gente viviendo en la luna son
falsas. Es imposible vivir allí. Lo que desde aquí parece un recodo
de tranquilidad en medio de una plácida noche, o una tenue luz que
ilumina el campo románticamente... pues nada más lejos de la
realidad al llegar allí. De sobras sabemos que en realidad no es más
que un enorme pedrusco desértico cubierto de tierra y arena, sin
más. Con temperaturas gélidad de noche y tórridas de día, cuando
toca el sol. ¡Si por no poder, allí no se puede ni respirar!
Sintiéndolo mucho, las historias de selenitas son ficción, por
muchas ganas que algunos tienen de que sean de verdad.
—
Sí,
antes ya hemos hablado de la carencia de una atmósfera que...
—
Si
es que no hay nada que respirar. ¿Cómo puedes rebatir esos
argumentos científicos que te dicen que la vida es imposible allí?
—
Bueno,
es fácil de argumentar que mediante la magia habría sido posible...
pero eso sería si existiera o si hubiera existido, claro
—
Esas
historias son muy divertidas, y a mí me encantaba oírlas de niño.
Todos los cuentos sobre selenitas, lunáticos, luneros... se les ha
llamado de muchas formas a través de los tiempos, y realmente debo
decir que he disfrutado leyendo esas historias. Pero científicamente
no se sostienen por ningún lado las teorías de que subieron y
sobrevivieron allí mediante la magia, diga lo que diga la fantasía
de la gente y las creencias infundadas sobre que antiguamente..
—
Sí,
eso iba a decirle: hay quien le podría rebatir el argumento por el
simple hecho de que diversas fuentes de documentos históricos,
muchos de ellos redactados por las clases dominantes, hablan de usar
la magia como si fuese algo real. Y de hecho hay documentos que
narran cómo se conquistó tal ciudad o tal país mediante el uso
de...
— Es una manera de hablar. Lo más probable es que estén diciéndolo de forma figurada, igualando magia con la simple noción de poder. No hay que olvidar que las formas de hablar y el significado de las palabras cambian de una época a otra.
— Es una manera de hablar. Lo más probable es que estén diciéndolo de forma figurada, igualando magia con la simple noción de poder. No hay que olvidar que las formas de hablar y el significado de las palabras cambian de una época a otra.
—
Pero
en este sentido la verdad es que han pasado siglos y siglos
hablándose de magia como
si...
— Claro,
hasta que la ciencia hizo su aparición. Antes no podían confiar en
nada así, pero bien se debieron de haber aferrado a algo. Además,
la práctica de la magia siempre ha ido de la mano de creencias
religiosas en la actualidad, y puede que para los antiguos la magia
fuese una creencia más. Pero hoy en día ya prácticamente nadie
piensa que los dioses existan, y al igual que ocurre con ellos, nadie
ha podido probar científicamente que exista algo a lo que podamos
llamar magia.
— Bueno,
esto ha sido todo por hoy. Muchas gracias por concedernos parte de su
tiempo, doctor Doro.
— Un
placer.
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